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16.7.10

BIENVENIDOS AL FERIAL, BIENVENIDOS A LA PAMPLONA DE COLOMBIA

INUNDADO DE LATINOS DURANTE LOS SANFERMINES COMO DE AGUA, EN INVIERNO: BELLA ESTAMPA DEL PARKING DE LA RUNA


Fundadas la mayoría de ellas por conquistadores, comerciantes y fenicios navarros que un buen día decidieron cantar su Adiós, Pamplona, a su Iruña natal en busca allende el Atlántico de un futuro mejor, actualmente es posible contabilizar en el mundo unas cuántas ciudades que portan el nombre de Pamplona, siendo la más conocida, más allá de la actual Barcinópolis, la del departamento o provincia Norte de Santander de Colombia, fundada en 1549 por el baztanés Pedro de Ursúa: una ciudad en la que, lo mismo que en las restantes ciudades llamadas Pamplona que a lo largo del mundo son (otras dos en Colombia, dos más en México, ¡ocho! repartidas por Filipinas y una respectivamente en Cuba, Panamá y Lima), hemos tenido la sensación de haber estado alguna vez tras visitar el recinto ferial ubicado en el parking de La Runa.

Y es que, al igual que en los 80, de ciudadanos -aunque la mayoría de ellos autóctonos- de pose macarra, pintas de malencarados seguidores del jevi más cheli y de etnia gitana en general, he ahí de qué está lleno el nuevo recinto de las barracas en este nuevo siglo; quiénes lo copan casi en exclusiva, centenares de hijos e hijas de ciudades trasatlánticas como las citadas… y similares. Bandadas y más bandadas de latinos en general y, cómo no, estando en las fechas que estamos, ecuatorianos a tutiplé, extracomunitarios ciudadanos todos que, excesivamente jóvenes en algunos casos, enlazados los machos de dos en dos litronas en ristre en las manos que les quedan libres, correteando tras regordetas y lustrosas mamis de imposibles minipantalones, parecerían estar siempre tramando la comisión de posibles actos delictivos, da igual la monta (de poca, de mucha) al amparo de los agresivos y pegajosos ritmos del reggaeton. Así las cosas, siendo esto así, ¿quién va a acudir a éstas, además, cutre-barracas de por sí? Además de lo incómodo que a primera hora de la noche resulta acceder al recinto (siendo imposible hacerlo por la cuesta de Santo Domingo o por la de la Estación, a pesar del carril en ella acondicionado para los peatones, por coincidir con el encierrillo), ¿quién se la va a jugar, quién se va a atrever a sumergirse en tan desordenada jungla? Y no, no somos racistas; solamente sabemos de qué hablamos, no teniendo los barraqueros la culpa del guetto creado a su pesar. De que allí y en su entorno, con permiso de la plaza del Castillo los días de pantalla gigante y partido, se dé cita para hacer botellón al compás de las evoluciones del combinado nacional (el kalimotxo –hemos querido decir-) lo más granado de la ciudad. De Pamplona ciudad la nuestra, la colombiana o, menos Iruña (vade retro, Satanás), de cualquier Pamplona que sea ésta en la que vivimos, en verdad.



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