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9.3.10

EL QUE PAGA, MATA: REFLEXIÓN ACERCA DEL FATAL DESENLACE DE NAGORE LAFFAGE Y DEL JUICIO CONTRA JOSÉ DIEGO YLLANES

El viernes 13 de noviembre, en plena resaca del “Alcorconazo” (“Alcorcoñazo” –si se nos permite, parece que no hubiera pasado tragedia mayor dicha semana-), trascendió el fallo del jurado encargado de valorar la muerte de Nagore Laffage a manos de José Diego Yllanes, siendo dicho veredicto de dominio público a estas alturas. Bueno, el de la sentencia final... y el de la nueva, conocida esta misma semana: en plena resaca del "Lyonazo". Del mortal arañazo propinado al Madrid por el Olympique de Lyon, esta vez. La verdad es que en un principio no nos planteamos escribir sobre este tema, pero a la vista del devenir de los acontecimientos, del en parte fatal desenlace del proceso, no nos ha quedado otra que hacerlo. Que escribir sobre ello. Sí, incluso a pesar de que, al igual que tantas gentes “honradas y decentes” –que diría Marianico el pepero-, en un primer momento –y un segundo y un tercero- nos quedásemos sin palabras. En blanco y con las tripas revueltas, sin saber qué decir al respecto. Pero claro, a la vista de nuestra primigenia intención de tratar de formar, informar y agitar conciencias, pensamos que algo teníamos que decir. Que trasladar nuestros pensamientos a la sociedad navarra honrada y decente, por lo que haciendo de tripas, de las pocas que nos han quedado enteras, corazón, nos hemos puesto a la labor. Eso sí, fieles a nuestro estilo, tratando de reflexionar más que de analizar el, a nuestro entender, más que nunca fallo del jurado. Fallo… en el sentido de error más que en el de veredicto, en este caso. Así pues, he aquí la principal reflexión que dicho fallo nos ha sugerido.

El que paga, mata, qué verdad. Como la copa de un pino: “llevo un muerto, ¿cuánto es? Una, una ha sido;” “¿que es una muerta, me dice? ¿Y en qué circunstancias, del 6 al 7 de julio? Y que va a pagar al momento, mejor aún; concepto, “reparación de daño”. Perfecto. ¿Que cuánto es? Pues aplicándole distintos atenuantes y descuentos y sumando la pertinente rebaja por ser típico producto de temporada… y además, mujer, ¡Todavía menos!”… Pues eso. Que según sea el poder (adquisitivo o cualquiera) del que mata, el sexo del asesino y las circunstancias en que se produce una muerte violenta, la cosa cambia. Incluso la denominación de la cosa, pudiendo hablarse de “deceso”, “óbito”, “triste fallecimiento”, “lamentable suceso”, “homicidio” o “fruto de un arrebato” en vez de de “execrable crimen” (pese a que, como en esta ocasión, se llegara incluso a realizar amputaciones al cadáver de la víctima), “daño irreparable” o “asesinato”. Que el que paga, manda. Perdón, mata. Pues claro. Y más si la víctima se niega a acceder a los deseos de un joven de bien adinerado. O bien adinerado, mejor dicho. Y más aún si es 6 de julio o 31 de diciembre, días en los que en la sacrosanta, puritana y casposa ciudad de Pamplona acostumbran a salir quienes no lo hacen nunca, y como de normal nunca salen, dichas noches lo hacen de anormal. Como auténticos anormales, creyéndose con derecho de pernada incluso sobre cualquier incauta que se les acerque. Normal, por otra parte; si los mismos tienen todo en la vida, si ésta les sonríe; si, aunque pequen –según su lenguaje y religión-, da igual, al día siguiente se confiesan con otro como ellos y naranjas de la Txina. Y es que, ¿cómo una persona como el cristiano Yllanes, en una fecha tan señalada como la amanecida del 7 de julio, va a encajar que le rechace una mujer? ¿Cómo lo iba a tolerar? De ninguna de las maneras. ¿Cómo le iba a rechazar una mujer, ser considerado inferior por la religión católica? Y no sólo porque, según su Biblia, la mujer fuese creada por Dios partiendo de una costilla hombruna, sino por lo siguiente, escuchado un lejano día, en otra vida, en un aula de la Universidad del Opus Dei: porque por culpa de Eva, mujer creada por Dios para que el hombre no estuviera solo, por culpa de su pecado en el Jardín de Edén, el ser humano en general se vio condenado al destierro de allí… y de la felicidad. Al denominado “pecado original”. Así las cosas, he ahí el porqué de la tirria que históricamente la Iglesia y, por ende, los cristianos y la cultura occidental han tenido y siguen teniendo contra la mujer. Y es que, mientras que en otras civilizaciones se ve a la mujer como fuente de vida y, por tanto, de alegría, en nuestra cultura ellas, nuestras puertas de acceso a la vida –ni más ni menos-, son para muchos sinónimo de pecado, en primer lugar. De seres sumisos siempre… y llamados a serlo siempre, sin ningún tipo de derechos: y mucho menos al placer. Y muchísimo menos todavía a elegir con quién quieren disfrutarlo, por favor. Sinónimo de criaturas de segunda, a la vista de todo ello, cuando, ya por el hecho de que ellas son las que nos traen al mundo, deberíamos arrodillarnos a su paso, poco menos. Incluso felicitarlas en el día de nuestros cumpleaños, en vez de ser cada cual el que, en “su día”, recibe la felicitación: ¡si ninguno hemos hecho nada por nacer! ¡Si el verdadero mérito de que estemos en este mundo fue de ellas, de una mujer! De la madre de cada cual en cada caso. De la bendita que lo parió entre lágrimas de amor, sangre y dolor. Y sin embargo…

Y así nos va. Y así, por esa discriminación tan incrustada en el subconsciente colectivo por culpa de la religión (atención, pregunta, ¿alguien ha visto al señor Obispo condenando la muerte de Nagore? ¡Otro gallo hubiera cantado si la víctima lo hubiera sido de otro tipo de violencia!), así caen a las primeras de cambio en tantos casos. Así pasa lo que pasa… y lo que ha pasado esta vez, porque para Yllanes, en su fuero interno, Nagore era culpable. ¿Por decirle que no? Por ser mujer simplemente. Sencilla y llanamente. Vamos, que llega a durar más días el juicio y estamos seguros de que condenan a la chica por inducción al pecado, creación de falsas esperanzas a un inocente levemente bebido, tratar de aprovecharse del mismo, intento de allanamiento de dormitorio o, resumiendo, presunción de culpabilidad o todo ello a la vez…

Bueno, vayamos terminando. ¿Que qué hemos querido decir? Que pese a que el que paga mata (y después, curiosamente, no paga por los hechos; no, al menos, en relación con el delito cometido o con las condenas endiñadas a otros), que pese a ello, esto no puede acabar así. Con este fatal desenlace para la familia y allegados de Nagore Laffage, a todos los efectos. Para la suerte futura del sexo femenino en general, el realmente atacado. Así pues, no nos resignemos a ello, no matemos a Nagore por segunda vez y, mucho menos, condenada de por vida a la muerte eterna como está (no sabemos si a la vida eterna, a la muerte eterna seguro) no olvidemos su tragedia. E Yllanes, después de hacerlo con dinero en concepto de “reparación de daño” (¿desde cuándo un muerto es un “daño reparable”?), que pague en años de cárcel. Nuestro más absoluto desprecio para él y su entorno de gente bien.

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