De todos y todas es conocida la
opción elegida por los medios a la hora de afrontar noticias relacionadas con
suicidios, una de las causas de muerte más frecuentes en nuestro mundo: ocultar
dichos decesos, con el fin, según se nos hace ver, de evitar presuntos efectos dominó. ¿Mejor no decir
nada, en aras del bien común?
Discutible política cuando menos: para unos sí, para otros, no. Pues bien, una
vez hecha dicha reflexión; ante los reiterados y reiterativos asesinatos de
mujeres a manos de sus parejas o exparejas, acontecimientos tan luctuosos como
las muertes por suicidio que en semanas como la presente están sucediéndose en
cascada, ¿por qué no dar a estas muertes un mismo tratamiento? ¿Por qué no probar
a silenciarlas, al menos como mal menor? ¿Acaso las vidas de las asesinadas o
el dolor de sus familias valen menos? ¿Acaso las vidas de las potenciales
víctimas no valen nada? Puede que la solución no pase por ahí, por ignorar muertes
como las vinculadas a la mal llamada violencia de género; de hecho, pese al
manto de silencio, el número de fallecimientos relacionados con los suicidios
no deja de crecer. Pero, en el caso de las mujeres llamadas potencialmente a
ser asesinadas, dicha medida tal vez pudiera servir de algo, siendo consciente
como es el conjunto de la sociedad de lo siguiente: primero, de que cada crimen
machista es motivo de desvelo o sirve de amenaza para una nueva mujer, y
segundo, de que la acción finalmente consumada por el maltratador de turno, en
el peor de los casos, sirve de ejemplo para el siguiente despechado de la
lista. No sabemos qué ocurriría silenciando dichas muertes, pero, si no la
solución, tal vez pase por ahí una detención al menos, parcial, de la sangría.
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