A una con la llegada del botellón sanferminero, Pamplona/Ramplona, dime de qué presumes y te diré de qué careces (“nosotros los demócratas”, etc, etc) se hace experta en vender todo tipo de humos para tratar de atraer a incautos turistas al bureo, entre ellos, con la necesaria y seguidista connivencia de la prensa, la supuesta “normalidad política” en que vive la ciudad. Haciendo ver a quien así lo quiera que en la capital del viejo reyno no pasa nada que se salga de lo normal, en lo que a situación política respecta. Que, además, no hay motivos para la crispación, ni censura o prohibición alguna. Que los vascos son malos porque sí. Que, al igual que López y Basagoiti en su burbuja, vivimos en los mundos de Yupi. Que todo el mundo puede pensar –y obrar- en materia de pensamiento político como le plazca, nada más lejos de la realidad. De la dura realidad. Durísima como el botellazo recibido el año pasado en la plaza consistorial por un incauto madrileño… como consecuencia de tanta “normalidad”. De la normalidad envenenada que, al igual que a tantos, le vendieron. Y es que, al parecer, es algo normal, propio de situaciones de “normalidad” como la que aquí se padece perseguir enseñas legales como la ikurriña: con la saña con que dicho 6 de julio lo hizo la Policía Municipal. Una Policía Municipal que, por supuesto, al servicio de todos los ciudadanos (para nada una policía política al servicio de UPN), la persiguió dando prioridad incluso a las banderolas reivindicativas del Euskal presoak Euskal Herrira, telas en favor del acercamiento de las víctimas de la deslocalización carcelaria cuya persecución ni estamos sugiriendo ni alentando, dicho sea de paso. Que quede claro. Dando prioridad dicha Policía a la hora de entrar en la plaza como lo hicieron, a porras, sangre y fuego, a dicho hostigamiento a la bicrucífera, pasándose por los mismísimos atributos genitales razones más que evidentes relacionadas con la seguridad colectiva, para no entrar: argumento éste, la seguridad de todos, que curiosamente se está exhibiendo este año para llevar a cabo dos prohibiciones –a modo de cortina de humo que continúe distorsionando la realidad-, una nueva y otra, ya conocida: la prohibición de acceder con envases de vidrio (medida anunciada escasos días atrás; ahora, ¿qué harán los comerciantes con sus stocks de champán? Qué forma de putear al pequeño comercio, pagano siempre de todo tipo de incomprensibles decisiones) y, de forma más sutil, la siempre perseguida –de facto- presencia de ikurriñas. Como si ahí radicase el problema de lo sucedido el año pasado, en vez de en donde en verdad lo hizo… ante la mirada a otra parte de todos: en el excluyente proceder político de la Policía Municipal. En la violencia de persecución contra el símbolo por excelencia de EH demostrada por las huestes de don Simón. Y todo ello, no lo olvidemos, en el marco de una ciudad con un importante porcentaje ciudadano de simpatía y querencia hacia lo vasco. ¿El pagano de lo del cohete de 2010? El joven que quedó malherido como consecuencia directa del botellazo pero, en el fondo, de tanta “normalidad”. Ese joven cuya vida, tal y como se nos contó lastimeramente desde el Diario de no todos los navarros, quedó truncada para siempre. Bueno, como las de tantos y tantos jóvenes locales gratuitamente encarcelados como consecuencia ¿del “conflicto”? No, de la misma “normalidad”. De esa imperante e inoperante normalidad que, en una Comunidad como la Foral, con relevante presencia de euskaldunes –de obra, voto y sentimientos-, lleva a sus dirigentes a torpedear constontamente el euskera (aldeanos, más que aldeanos), la presencia pública de la ikurriña (todavía recordamos cuando, a finales de los años ochenta, el ABC camuflaba su presencia en la plaza consistorial coloreándolas de aparente rojo bandera de Navarra, en sus portadas en blanco y negro) y que, en el colmo de los despropósitos, ha llevado a la decadente Caja Navarra a tener que casarse mal, de penalty y expulsión directa –casi- con otra entidad con sus mismos males y pronóstico reservado, Caja Sol, en vez de a unirse con pretendientes más agraciadas, saneadas y cercanas como las cajas vascas: cosas de tanta anormalidad real convertida por obra y gracia de nuestros mandatarios en normalidad artificial. De unos mandatarios que, interesadamente, intere-sadomasoqistamente –nos atrevemos a decir-, siguen confundiendo ambos conceptos de “normalidad” igual que lo hacen con los de paz real y paz de los cementerios, para desgracia de todos. El año pasado, de J.C.A.R y su familia, en primer lugar.