Presentes en todos los ámbitos de la vida en un país de pícaros como España, en un mogollón festivo como el que estos días inunda Ramplona no podían faltar ellos, claro está. Los Buscavidas de todo tipo y condición, término con el que no nos vamos a referir a los ciudadanos que, por imperativos del sistema, los mercados financieros o pura y dura mala suerte, realmente se la tienen que buscar, como los aspirantes a auxiliares municipales o naranjitos, las señoras y señoritas foráneas llegadas para comerciar con sus cuerpos, los barraqueros o feriantes, los vendedores ambulantes de poca monta -ya, de substancias, ya de cualquier tipo de cachivache- u otros perdedores, en general. Palabra esta, buscavidas, con la que nos vamos a dirigir a otro tipo de embaucadores y timadores igualmente presentes en la fiesta, pañuelico de San Fermín bordado al cuello y traje y guante blanco. A vendedores de humo y de vientos como los omnipresentes políticos –invitados por los mandatarios locales, los decadentes artistas españoles u otros como los promotores que, en 2010, desde su taifa de la Plaza de los Fueros, día a día promocionaron con sus negras camisetas lo de la candidatura de Ramplona a la capitalidad europea de la Cultural para 2016, sandez que, por cierto, no se creyó nadie. Ni ellos.
Y es que, ¿qué sería una fiesta como esta sin sus correspondientes buscavidas o moscones? Lo mismo que un día de campo sin moscas ni mosquitos o, en Toledo en la Edad Media, la procesión del Corpus sin la tarasca: nada. Así pues, ¿Qué sería del abolengo y postín de actos sociales como el vermouth post-procesional del 7 sin la presencia, en vez de los antiguos limpiabotas, de los actuales limpia-votos? ¿Qué, sin la asistencia a actos de idéntica raigambre de empresarios o directivos de cualquier cosa, Iglesia incluida, al frente de los cuadros o cuadras de mando de sus empresas? ¿Qué sería de los escenarios de la fiesta sin artistas terminales como los llamados a actuar este año en la plaza del Castillo? Buscavidas de otro siglo estos últimos que, frente a la profusión de músicos callejeros con alegría y algo que decir, dan la nota con su presencia -en vez de con sus canciones-, dando la histriónica sensación de que buena parte de los citados se reunieran única y exclusivamente para venir aquí, a poner el cazo en San Fermín. Que Dios nos pille confesaos y que San Fermín nos eche el capotico…
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