Una vez que los responsables
comprobaron que todas las bolas estaban en el bombo, finalmente, con el
beneplácito del Espíritu Santo, las mismas comenzaron a rodar. A dar vueltas y
más vueltas en su encierro hasta que a la quinta fue la vencida. Hasta que,
como si de un Gordo madrugador del sorteo de Navidad se tratase, a la altura
del quinto alambre salió la bolita por todos deseada, conociendo la humanidad
de inmediato al afortunado ganador: así pues, fumata blanca en el tejado y, a
partir de entonces, la habitual exaltación del elegido y la igualmente habitual
tabula rasa en los medios a la hora
de hablar de su pasado. Borrón y cuenta nueva. Vamos, que a la hora de calentar
un trono como el suyo, el pasado no cuenta. Que lo pasado, lo dicho y hecho en
el pasado, pasado está, como pasó en su día con el de la aspirante a otro trono
de tronío similar, Letizia Ortiz, cuando dejó de ser Leticia. Además, habiendo
intercedido en la elección de Francisco el Espíritu Santo (infalible como es
por definición, recordémoslo), ¡Miel sobre hojuelas! ¿Cómo va a haber trapos
sucios? Y si los hubiera, como para osar airearlos…
Al día siguiente de los hechos,
el jueves 14, Pamplona amaneció blanca. Como la fumata de la víspera, con un
inmaculado manto blanco, metafóricamente si se quiere, borrando cualquier otro
vestigio de color. ¿En honor al hombre santo?
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