Finalmente, se cumplieron los
pronósticos de las gentes de derechas de aquí y allá, y falleció el tirano de
Caracas. Se cumplió el vaticinio y se materializó su deceso. La crónica de una
muerte desde 2011 sospechosamente anunciada. La irreversible suerte que ¿el
destino? le reservaba al, recordémoslo, presidente venezolano democráticamente
elegido, algo que, desde hace años, para los políticos conservadores de todo
lugar y pelaje, era un secreto a voces… Además de un deseo; pero, ¿por qué
estaban tan seguros de ello, de que el carismático mandatario estaba en puertas
de morir?¿Por qué cuando nadie, ni siquiera como posibilidad, podía intuir
semejante y tan inmediato desenlace, ellos ya lo daban por hecho? ¿Acaso son
adivinos? ¿Sabrían algo? ¡Ay!
Así pues, habida cuenta de la
manifiesta seguridad demostrada por la derecha venezolana y sus grandes medios
de comunicación a la hora de proclamar sus agoreros vaticinios, he aquí la
prueba de que Chávez estaba condenado sí o sí a muerte. La prueba de que algo,
lo que se dice algo, tenían que saber: que más pronto que tarde, el Comandante
iba a ser eliminado: y a nosotros no nos cabe ninguna duda de que así ha sido
finalmente. Bien, y llegados a este punto, ¿Por quiénes? ¿Por qué? Por los
representantes del Orden Mundial en la sombra… Y por molestar. Por atreverse a
disentir e intentar subirse a las barbas de su poderoso vecino del Norte, si no
para afeitárselas, sí para recortárselas un poco. Por tratar de reivindicar lo
suyo, al igual que hiciera en su día Yasir Arafat con su vecino israelí. Y
¿cómo lo han quitado de en medio? Posiblemente al igual que al citado dirigente
palestino o a otro ilustre envenenado en tiempos recientes, Alexander Litvinenko: con Polonio 210 o con
alguna actualización o versión nueva mejorada de tan eficaz cicuta, en aras de
no dejar muchas huellas. Recurriendo a un veneno más o menos sutil y secreto
que, al igual que un conocido detergente a la hora de lavar, sin dejar huella o
mácula alguna, ya ha demostrado matar
más blanco.
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